Tercer Adelanto de mi Libro Los Nazis También Lloran

28.07.2020


ABSTRACTO DEL CAPÍTULO MEXICANO:

Es una mañana hermosa, mi madre ha preparado el desayuno, unos ricos huevos con tocino. Acompañado de una rica taza de café. Su vapor olía a canela, endulzada y siendo franca, así es como me gusta beberlo. Padre ha despertado más temprano que de costumbre, prendió su radio y se dispone a leer el periódico al sentarse en su sillón favorito, el que le obsequió mi hermano. Estoy segura que nuevamente no me dirigirá la palabra otra vez al irme. Honestamente, ya no me sorprende que lo haga, tiene suficientes razones para no hacerlo.

- ¡Papá! ¿Vas a desayunar? -Pregunté mientras tomaba asiento, un silencio absoluto. Mi madre insistió que lo dejara.

-Debes perdonarlo hija, sabes que desde lo de tu hermano...

-Lo sé, mamá. No te preocupes, yo comprendo.

Ambas mirábamos a papá con el ceño fruncido, apenas parpadeaba, su respiración era muy agitada pero debido a su edad, supongo que es normal.

-Y bueno hija, supongo que el coronel Ötzin te va a recomendar hoy.

-Sí, mamá. Es una gran oportunidad en el trabajo, mis compañeras dicen que probablemente me asciendan al Reichstag.

-Seguramente la paga lo vale, estarás cerca de nuestro Führer. Siéntete orgullosa, tu hermano lo estaría por ti.

-Creo que siendo franca, Paulus no estaría tan entusiasmado con la idea.

-Lo está hija, allá en el cielo lo está-Mamá sonrió y soltó una lágrima, extraña a mi tato. No la culpo, todos en esta familia lo extrañamos.

Terminé mi desayuno y tomé mis cosas. Madre me alcanzó en la puerta y me dio el abrigo que casi olvido. Una vez más, me dispuse a despedirme de mi papá, sin embargo me ignoró otra vez. Es un martirio el no congeniar nuestras ideologías.

Cerré la puerta y me embroqué el abrigo que tanta falta hace en estas lejanías teutónicas, pareciera que en esta región siempre es invierno. Caminé lo suficiente por la acera y al llegar a la estación aguardé a esperar por el tren que va a Berlín, una hora de viaje no será largo seguramente. Tengo una cita de ascenso y esta promoción sin duda mejorará mi estatus y traerá mucha abundancia a la familia. Nuestro país está en guerra y me alegra mucho ser parte importante de su salvación.

Soy Inga Möncke, tengo 22 años de edad y ya me desempeño como secretaria de primer grado de la oficina de inteligencia económica de la Gestapo, la policía secreta del estado. Somos la punta de la lanza en cuanto a temas financieros, delitos diversos y traiciones a la nación. Mi jefe inmediato, el coronel Hermann Ötzin ha solicitado mi presencia en las oficinas centrales del Reichstag, he sabido de antemano que a estos llamados, vienen jugosos ascensos y respetables remuneraciones. Para mí es un gran honor, a las mujeres no se nos permite combatir en el ejército, a excepción del regimiento SS Gefolge, pero hacemos la diferencia en labores administrativas, portando este soberbio y merecido uniforme. Un atuendo que mi padre aborrece, desde que me enrolé sin su consentimiento.

Mi padre, lo amo mucho. Se preocupó por darme la mejor educación que una mujer de mi edad puede desear. Cuando estalló la guerra, él estaba muy orgulloso de mi hermano, Paulus Möncke, oficial graduado del Colegio de Napola, tomó un curso de fusileros paracaidistas de la SS y lo asignaron a un cuerpo de elite en la división África Korps. Hace un par de meses, él estuvo en una misión de soporte para sitiar Libia y arrebatárseles a los ingleses. El avión donde viajaba junto al resto de su agrupación, fue derribado por el fuego antiaéreo enemigo antes de que pudieran saltar. Recibimos la noticia y luego... Lo siento, para mí todavía es difícil asimilarlo, es como si aún estuviera entre nosotros. Lloro cuando pienso en él, era mi mentor cuando no estaba destacado en el ejército. Lo extraño mucho. ¡Malditos ingleses!

No quise quedarme de brazos cruzados, mi consanguíneo dio su vida por la patria, haré lo que sea para que su muerte no haya sido en vano. Por eso mi padre está decepcionado de mí, ya perdió un hijo, estoy segura que no querrá perderme. Aunque mamá tampoco está de acuerdo en mi postura, sabe que las secretarias no vamos al frente de batalla, eso le da cierto consuelo. El único consuelo está en la vida misma.

Se preguntarán por qué les cuento esto. Porque es una increíble historia que casi nadie sabe, hubo mucho hermetismo durante mi participación. Se me instruyó a cerrar la boca y sepultar este podrido secreto atormentador bajo la tierra y como techo las estrellas, que son testigos inciertos de mis pecados, aquellos que juré ante una bandera con símbolo religioso, un emblema en el que creí fervorosamente y una virtud que tragué en la profundidad de mi alma. Estas son mis memorias, las palabras de una espía alemana en tierras mexicanas, cuya única misión era asegurar las materias primas que nuestra nación requería para la fabricación de material bélico. La victoria de mi sagrada Alemania, dependía de un país petrolífero muy corrupto, México. Ahora les contaré como fue el verdadero trabajo, aquel donde pocos nos ensuciamos de formas horribles para el beneficio de muchos.

Cuando arribé a Berlín, un vehículo del ejército ya me estaba esperando. El cabo me abrió la puerta como todo un caballero y partimos rumbo al Reichstag, fue un trayecto placentero, no era la primera vez que visitaba la capital, antes de la guerra solía venir con mis amigas a perdernos entre fiestas con los chicos del barrio. Fueron tiempos hermosos y casi como si hubiera sido ayer. Esos chicos, ahora están combatiendo a miles de kilómetros por la soberanía de nuestra gloriosa patria. Y las chicas como yo, prestando nuestro conocimiento en aras del desarrollo de nuestra nación. Somos lo mejor de lo mejor.

Llegué a las oficinas centrales de la Gestapo, las cuales pertenecían a las SS, el asistente del coronel ya aguardaba por mí en las cancelas. Me apresuré no sin antes pasar por los filtros de seguridad, ficharon mi número de serie y me encaminé hacia él. Un hombre muy apuesto, serio y gallardo. Muy dominante, pero también muy amable.

- ¡Llega tarde, señorita Möncke!

-Lo lamento mucho, el tren al parecer no fue tan rápido como esperaba.

-No se excuse, ya se encuentra aquí ahora sígame. Los superiores ya esperan por usted. No haga que se impacienten más de lo que ya está.

-Si, por supuesto. Vamos.

-Por aquí, por favor.

Caminamos por grandes pasillos, que hermoso lugar y pensar que nuestro magnánimo Führer se encuentra en este establecimiento de gran prestigio. Como sea, debo enfocarme en mis obligaciones y responsabilidades. Vengo a mantener el orgullo de mi familia en lo alto, porque fue mi hermano quien lo levantó desde un principio.

El maestre abrió la puerta de una gran y respetable oficina, allí dentro se encontraba mi jefe el coronel Ötzin, pero también un hombre misterioso de quien supongo es el oficial superior de Hermann.

-Señorita Inga, bienvenida a Berlín.

-Coronel, un placer.

El hombre misterioso se pone de pie como un caballero, es muy alto a pesar de su gordura. Usa lentes y es calvo. Su esmoquin brilla, la tela es alta calidad. Su oficina está decorada con mucho arte parisino. Al parecer no le gustan las flores. Le faltó una maceta para florear su hogar.

-Entonces usted es la recomendada del coronel. Por favor, señorita Inga. Tome asiento.

-Si, señor.

-Me presento. Soy el jefe de asuntos financieros del estado, general Gulma Tomsbert.

-Es un gusto conocerlo, general Gulma.

-Mi amigo Hermann, me habló grandes cosas de usted. Esta muy bien educada según veo en los informes. También habla dos idiomas, eso es interesante. De hecho, esa es la razón por la que usted está aquí ahora.

- ¿Disculpe? ¿No estoy aquí por un ascenso?

Cuando dije eso, el coronel se acercó a mí y murmuró delicadamente. Me instruyó que no volviera a confundir las cosas.

-Perdón, señor. Al parecer, me informaron mal en la oficina donde estoy destacada-Repliqué en un tono agudo, como si me sintiera cohibida por mi nefasta afirmación.

-No se preocupe por ello, ya no volverá a ese trabajo aburrido de oficina.

- ¿Perdone?

- ¿Está cuestionándome, señorita Inga?

-No general. Me disculpo. Una reasignación no será problema para mí.

-Que gusto me da oír eso. Ahora dígame una cosa, señorita Inga.

-Claro, lo que necesiten.

- ¿Qué tan bien habla el español?

-Lo hablo muy fluido, el inglés también. Los aprendí en el Colegio del Rey en Irlanda, antes de la guerra por supuesto.

Ambos galantes se remiran entre sí, pude notar una flagrante sonrisa en el rostro del coronel. El general Gulma, solo evadía los gestos corporales para someterme verborrágicamente.

-Será reasignada a la División de Inteligencia Económica, Destacamento 08.

-Me temo que no conozco esa sección, creo que no existe.

-Y tiene razón, no existe. Al menos en papel, a partir de ahora dejará de ser una secretaria de primer grado y la asigno a Espía de Campo del Destacamento 08 de la División de Inteligencia Económica.

- ¡Gracias! Muchas gracias, general.

-Nos alegra tenerla contenta. Tiene una misión y partirá ahora.

-Por supuesto.

-Al salir de mi oficina, el coronel la llevará al aeródromo de la fuerza aérea, allí un bombardero la trasladará hasta La Rochelle, en Francia. El capitán de submarino Hans Spillza, la esperará y deberá abordar al U-572. Él la entregará al destacamento 08 a cargo del capitán de la SS, Georg Nicolau, en un punto neutro del golfo de México. Allí, el capitán Nicolau le dirá los detalles de su misión.

- ¿Y cuál es mi misión?

-Tendrás que enamorar y revolcarte con Ramón Beteta, es el Sub Secretario de Finanzas del Gobierno Mexicano.

Me quedé petrificada, ¿Acaso escuché bien? ¿Revolcarme? ¿Tener sexo con un funcionario latino? ¿Qué clase de retorcida misión es esta? ¿Destacamento 08? Por si no lo saben, esta división de inteligencia solo tiene cinco destacamentos. Ahora comprendo que los espías literalmente no existen, en papel. A veces hay que actuar como fantasmas para ganarle al enemigo.

- ¿Tiene problemas con lo que dije, señorita Inga?

-No, general. Admito que estoy desconcertada pero eso no significa que dimita sobre lo que acaba de revelarme.

-Grandioso, ¿tiene alguna duda antes de partir?

-Si, general. ¿Cuál es el beneficio de acostarme con...?

-Ramón Beteta, funcionario mexicano-Replicó Hermann, excogitado de hombros.

-Si, gracias coronel.

-Señorita Inga, el destacamento 08 ha logrado enviar cargamentos de Aluminio, Tungsteno, Mercurio, Gasolinas, Petróleo, etc. Procedentes de México, de una empresa llamada PEMEX. Todo eso lo ha logrado gracias a la astucia del propio destacamento y por supuesto de nuestra fabulosa agente Hilda Krüger, quien se ha acostado con casi todos los funcionarios públicos del gobierno. Ha ganado favores...

Cuando mencionaron a la actriz Krüger, supe que ellos están haciendo estas recepciones clandestinas desde que empezó la guerra. Hemos recibido petróleo mexicano para nuestro material bélico. Todo gracias a un destacamento implacable, cuyas filas tienen a una gran actriz de renombre. Una bella mujer que no le importó su dignidad para obtener lo necesario y ganar la guerra. El problema surgía cuando reflexionaba mi posición, ¿Por qué sería necesaria mi presencia?

-...La agente Hilda informó que Ramón Beteta redujo los cargamentos de aluminio y gasolina. Al parecer, se siente celoso de que la señorita Krüger sea amante de Miguel Alemán Valdés.

Ambos me miran crudamente. Creo que sé a dónde se dirigen, su sarcasmo es muy evidente.

-Es un funcionario de mayor poder en México-Replicó el coronel, tratando de informarme un poco más sobre ese sujeto.

-Necesitamos crear una red de transferencia de pagos diferente a la habitual, a través del sub secretario de finanzas. Usted será nuestro enlace entre él y nosotros. Además, tendrá que darle algo de amor y asegurarse que no se sienta celoso por las aventuras de la señorita Krüger. Tienes que lograr que triplique los cargamentos. Lo necesitamos.

-Inga, al hacerlo estarás asegurando que las materias primas que necesita las refinerías Eurotank de Hamburgo, produzcan suficiente material de guerra-Replicó Hermann, intentando consolarme y mostrándome la importancia de la misión a pesar de que no era algo ético desde nuestra perspectiva.

-Sin materia prima, no ganamos guerra. Si no te acuestas con ese idiota mexicano, adiós materias primas. ¿Comprende, señorita Inga?

-Si, general. Ahora si comprendo. Estoy lista para partir.

-Llame a sus familiares, antes de irse. Miéntales, ahora es una espía. Debe saber hacer eso.

Salí del habitáculo acompañada del coronel Hermann, creo que él está muy de acuerdo con las condiciones de la misión. Aunque debo admitir que no me sentía tan orgullosa que cuando llegué.

Me prestaron un teléfono de la oficina del general Hoffman, mi padre no quiso recibirme la llamada. Mi madre se quedó muy angustiada cuando les dije que había sido trasladada al frente. Tuve que mentirles, me prohibieron comentar detalles de la misión. Espero que puedan entender mi frustración, pero la sola posibilidad de ganar la guerra era más tangible, decidí hacerlo manteniendo una mente abierta. Fui al sanitario y me encerré unos minutos mientras el coronel y una escolta esperaban afuera.

Allí tendida en el suelo me puse a llorar, a sacar la maldita rabia por esta situación apresadora y sofocadora. Mi primer trabajo como agente de la Gestapo, la que tanto vanaglorié y por fin obtengo a un alto precio, estrenándome en mi primera misión, ser la asquerosa puta de un don nadie solo para tener acceso a las materias primas. Lloré, que mujer no lo haría. Me paré y limpié mis lágrimas. Ahora que expulsé esta rabieta fuera de mi cuerpo, estoy lista para el aseguramiento de combustibles necesarios para el reinado de mil años que nos prometió nuestro Führer.

Llegamos al aeródromo, un bombardero tenía el motor encendido, la tripulación ya se encontraba lista para partir. Solo esperaban por mí, el coronel se despidió cortésmente y me deseo la mejor de las fortunas. Regresaré a Alemania cuando hayamos ganado la guerra, en el peor caso, el coronel me dijo que si no logro asegurar un mayor volumen de combustibles a nuestra nación, que mejor no regrese.

Una escolta de Stukas salía del hangar y se acoplaban en formación de protección con el bombardero Heinkel He-111. Cinco Stukas y diez Me-109 se enfilaban también. Esta era una misión de soporte a un ejército alemán en Francia, pero tengo entendido que Francia ya está ocupada por nuestras tropas, he sabido de las resistencias que se forman allí. ¿Demasiados aviones de combate para protegerme? ¿Tan importante soy en la misión?

Una vez en el aire, el ingeniero de navegación me ofrece un libro para dilapidar el tiempo. Ningún miembro de la tripulación me habló, era como si se les ordenara no cuestionar mi presencia. Estas órdenes venían desde arriba. Directamente de la oficina de Himmler y Goebbels.

Estuve muy aburrida, a pesar del trayecto interesante que tenía frente a mis ojos, solo bastaba mirar por las ventanillas y apreciar la majestuosidad de lo que habíamos conquistado. Mi Alemania se expandía a pasos agigantados, tuve un sentimiento de patriotismo que recorría por mi cuerpo. Se concentraba en el corazón y fue aquí que comprendí en este punto magnífico de la vida, que no debía transmitir pena ni esconder vergüenza alguna, que repudiara mi ya golpeada dignidad a punto de caerse, sosteniendo esa mácula inherente y soberbia, postrada en lo alto de la franqueza, una verdad dolorosa.

Hubo actividad, al parecer la tripulación se preparaba para gestionar el bombardeo, se trataba de quince ojivas que descargarían en serie. Pude notar la formación de los explosivos, ya nos encontrábamos en una parte de Francia, un sargento de la fuerza aérea me pidió que prestara atención a nuestro poderío. Sus órdenes eran destruir una fábrica de metales, lugar de confluencia de miembros de la Resistencia Francesa, el famoso Magistrado de quien ya habíamos escuchado historias. Se suponía que agentes de la Gestapo, de otros destacamentos supongo, informaron de sus operaciones como infiltrados. Una reunión de la resistencia se llevaría a cabo justo al momento de la descarga de las ojivas. Admiremos el poderío alemán, dijo el sargento.

Luego de esa icónica experiencia, un silencio total. Un triunfo que apenas duró como un minuto entre aplausos y ovaciones, la tripulación estaba contenta de haber cumplido su misión. Lo siguiente en su lista era aterrizar en La Rochelle, debían entregarme a un oficial de alto rango de Lorien. El ingeniero de navegación preguntó si me había gustado el libro, honestamente apenas y pude hojearlo lo suficiente como para dar una crítica. Así que me reservé el hecho de responderle. Un apuesto caballero que entendió.

Al aterrizar en el aeropuerto de La Rochelle, un oficial de alto rango cuyo nombre no mencionó, se acercó hacia mí y sonrió gentilmente. Me ayudó con mi bolsa y me pidió seguirlo hasta la estación de submarinos, junto a la costa. Me abrió la puerta del vehículo como todo un caballero. Pero durante el trayecto ni siquiera quiso sacar tema de conversación, que buen entrenamiento tienen estos hombres, quedarse callados a veces es un arte que pocos hombres dominan.

Al llegar, este hombre hizo lo mismo sin atisbar una mirada, sin compartir nada a excepción de su cautivadora sonrisa, una despedida muy pasiva. Se subió al automóvil y continuó su curso, justo antes de arrancar el carro me dijo -En la oficina de la contraloría hay un sobre blanco, tómelo y no haga preguntas-. Luego continuó su curso, esa sonrisa cautivadora todavía me trae recuerdos, vagamente.

Ingresé a la sala de despacho naval, tomé el sobre con la información requerida de la contraloría y el almirante allí asignado, que por cierto no quiso recibirme, ordenó que me apresurara al U-572 a través de su secretaria, cuya tripulación ya esperaban por mí. Así que básicamente corrí hasta el puerto de submarinos.

El capitán Hans Spillza es un hombre joven, si acaso unos 25 años de edad podrá presumir. El resto de la tripulación que por cierto no llegué a conocer a todos, se encontraban ya en sus puestos y el embarcadero no tenía elementos necesarios de un merecido festejo de marcha. Era como si simplemente nadie los quisiera ver partir.

Allí se encontraba de pie, sosteniendo sus brazos en el barandal junto al atracadero. Se veía impávido cuando se percató de mi presencia, se mostraba muy nervioso al visualizarme de cerca. Supongo que esperaba a alguien más, quise ser modesta, alguien menos atractiva.

- ¿Señorita...?

-Inga Möncke, ¿Capitán...?

-Hans Spillza, madame. Mis hombres están desesperados por irse-Dijo mientras estrechábamos la mano, sentí una ligera vibra amistosa.

-Me disculpo, capitán Hans.

-Por favor, entre. Al llegar a aguas internacionales bajaremos a profundidad de periscopio, puede esperar en la torre si gusta, enviaré a uno de mis oficiales a hacerle compañía.

-Le agradezco mucho, capitán. No seré una molestia durante el trayecto.

-No lo será, órdenes son órdenes. En ese sobre tiene información para mí. ¿Le importaría?

- ¡Oh! Me temo que ni siquiera sé su contenido, discúlpeme.

Me apresuré a abrirlo, allí había una hoja doblada por la mitad, se la entregué al capitán. Cuando la tomó con sus manos rápidamente la desdobló y pude ver que lo único que había allí anotado a tinta negra, eran coordenadas marítimas.

-No lo entiendo. Son coordenadas muy lejanas, fuera de nuestra zona de lucha.

Yo sabía a qué se refería, no podía decirle porque me encontraba allí y porque soy tan importante como para que Lorien detuviera la partida de un submarino que debía entregarme a un destacamento secreto de la Gestapo. Así que fingí demencia.

- ¿Qué sucede, capitán?

-Señorita Möncke, no llegué a ser capitán de submarino solo por ser ingenuo. Me ordenaron trasladar a una personalidad muy importante del Reichstag hacia un destino que solo conocería llegada su presencia.

-Usted es muy inteligente para su edad.

-Y espero que usted también lo sea, porque iremos al golfo de México. Una zona repleta de destructores norteamericanos. Póngase cómoda. Mis hombres tienen órdenes de que no debe ser molestada.

El capitán bajó al área de operaciones, yo me quedé en la torreta. Tenía un paisaje hermoso frente a mí, no quería perdérmelo. Al cabo de unos minutos, el teniente Klaus Steingerber subió a hacerme compañía, creo que el capitán Spillza no bromeaba. Este hombre tenía un excelente porte y es muy apuesto, veo que también está condecorado, al verme sonrió. Se acercó sutilmente y se recargó en la valla de la torreta antiaérea, mientras observábamos a lo lejos la bocana francesa, este submarino es muy rápido, podía sentir como me acercaba a mi destino, quizá para lo que nací. Ser una espía al servicio de mi sagrada Alemania.

-Señorita Möncke, he preparado personalmente su camarote, no es una cama cómoda que merezca, pero entendiendo nuestra situación supongo que será comprensiva.

-Si, gracias teniente. No se preocupe, supongo que será un viaje largo.

-Nos tomará cinco días llegar al golfo de México, tal vez menos. Todos allí en la sala de operaciones están sorprendidos.

- ¿Por qué habrían de estarlo?

-Porque esta es nuestra tercera misión. Somos unos de los submarinos más afortunados que hoy vuelven al campo de batalla, bueno un océano repleto de nuestros enemigos. Pensábamos que tendríamos la dicha de seguir hundiendo barcos ingleses.

-Yo no sé mucho de submarinos, pero este es un gran submarino. Me siento honrada de estar en uno.

-Usted es quien nos honra con su presencia. Muchos miembros de la tripulación discuten sobre quién sería el adecuado a invitarla a una cita.

-Jajajaja, creo que eso sería imposible, viendo donde nos encontramos.

-Por supuesto, jajajaja. Honestamente no farfullo más allá de donde una dama me tiene permitido, pero le aseguro que sea la misión que se le encomendó, usted lo logrará.

-Se lo agradezco, teniente Steingerber.

-En una hora estaremos en territorio hostil, tendremos que bajar en unos momentos, el capitán no tardará en ordenar sumergirnos.

-Es una vista hermosa, tanta tranquilidad en el mar. Esto te hace olvidar que estamos en guerra.

El teniente me observa detenidamente, creo que piensa que tengo razón. Volquea hacia alrededor y sonríe gentilmente, asienta con la cabeza y desvía su mirada directamente a mis ojos.

-Tiene razón, señorita Möncke. Es un paisaje precioso, el barlovento tiene buena pinta. Puede quedarse un rato más, vendré a buscarle cuando sea necesario sumergirnos.

Se despidió como todo un caballero, quitándose el quepí de su cabeza que denotaba su grado militar. Raudamente descendió por la escotilla y me quedé a contemplar la belleza de nuestros océanos. El aire remoloneaba mis sentidos, el sonido del agua golpeando los casquillos del submarino era glorioso. Un día en la playa, así lo sentí. Es una lástima esta guerra, una verdadera lástima.

Después de una larga meditación, el teniente volvió a por mí, debíamos bajar a profundidad de periscopio, lo que significa que estamos entrando en territorio hostil, esperemos que ninguna embarcación enemiga se tope con nosotros.

Los marinos que atravesaban los pasillos del submarino volteaban a verme, uno de ellos se ofreció a mostrarme la cama que me asignaron, muy pequeña y cerca de la sala de operaciones, honestamente no quería acostarme. Tampoco me permitieron estar en la sala de operaciones, así que me quedé recostada sobre el fuselaje o pared de mi camarote. Enfrente tenía al operador de radar, quien era un muchacho joven de apenas veinte años de edad. Traía puestos los auriculares, creo que hay actividad en la zona. Rápidamente el capitán Spillza tomó la carta náutica y sus oficiales comenzaron a trazar rutas de navegación. Todo esto podía verlo a través de la pequeña compuerta que dejaron abierta, solo tuve que sentarme para escucharlos parlamentar.

Estuvimos navegando por al menos tres horas, los tripulantes caminaban por los pasillos casi a menudo que de tan solo verlos constantemente me aburría y me desesperaba. El mozo operador de radar me volteaba a ver consecutivamente y sonreía, creo que quería charlar conmigo pero su obligación de radioescucha es más importante que sus sentidos lascivos.

El cocinero me ofreció una taza de café y acepté gustosamente. Me confesó que no tienen muchos víveres en granos, bueno quise ser modesta tal vez si los almacenan pero les gusta racionar la comida, por lo que este alcaloide me fue un privilegio. Al menos así lo sentí.

El teniente Klaus volqueaba a mirarme de vez en cuando, como si quisiera sacarme un tema de conversación, los otros oficiales también hacían lo mismo y esa sala de operaciones era más un hervidero de sonrisas de grandes caballeros que de aguerridos marinos.

Supongo que trataban de darme una estancia agradable, no los culpo, a cualquier tripulación no se le ordena custodiar a una espía de la Gestapo en terrenos sumamente peligrosos. Nuevamente, el capitán y los oficiales vuelven a la carta náutica, siguen discutiendo al respecto, el teniente Klaus señala con sus dedos y sugiere varios puntos de navegación, los otros oficiales parecen estar de acuerdo con él. Algunos asienten y el capitán no luce muy de acuerdo.

Quizá no entendía nada de lo que decían, pero prestaba mucha atención a todo lo que allí se discutía. Luego, el operador de radar gritó muy asustado al capitán. Se mostraba muy angustiado pero listo para responder.

- ¡Capitán! ¡Un convoy! Escucho a un convoy en nuestra dirección.

- ¡Mierda! Todos a sus puestos de combate-Ordenó el capitán Spillza, turbado y nervioso.

El resto de los marineros corrieron sin hesitar. Podía auscultar a algunos que prepararan el compartimiento de torpedos. Parece que entraremos en combate.

- ¿Capitán? Esperamos órdenes-Musitó Steingerber, con cierto coraje.

-Teniente, llévenos a zona batial.

-Enseguida, mi capitán. Inmersión a zona batial, ciento cincuenta metros.

-Recibido, ciento cincuenta metros. Descenso por la línea diagonal de embarcaciones enemigas-Respondieron los operadores.

-Las baterías tienen buena carga, podremos mantener la inmersión por algunas horas-Replicó el subteniente Truzzen, quien era el ingeniero naval.

-Horas no, ascenderemos al atravesar el convoy. Seremos muy rápidos para cuando se den cuenta que estamos atrás de ellos-Ordenó el capitán, quien tenazmente acuciaba su sindéresis ante la tripulación de la sala de operaciones.

-Entendido capitán, entraremos al hadal en poco tiempo y a buena velocidad. Revisen los sistemas de presión-Replicó el teniente, quien con los brazos cruzados, no dudaba en obedecer los mandatos.

- ¿Informes sobre los tanques de aire? -Cuestionó el capitán.

-Tanques de aire llenos, presión óptima-Respondió vía radio el operador.

- ¿Lastre? -Inquiere nuevamente el capitán.

-Lastre listo y válvulas de despegue calibradas-Replicó otro operador.

-Profundidad, sesenta metros-Agregó el teniente.

-Preparen primera línea de torpedos-Ordenó el capitán, mientras se quitaba el gorro para escurrirse el sudor.

-Preparando incursión de torpedos, Triple A, orientación seis dos cero, sureste.

-Recibido, orientación seis dos cero, sureste.

Estaba nerviosa y asustada, el operador de radar estaba cerrando los ojos y tratando de escuchar los nudos de las embarcaciones enemigas. Casi tenía la sensación de que ese trabajo es un arte.

-Profundidad, noventa metros-Agregó el teniente, otra vez.

-Vamos, carajo. Sumérgete-Murmura el oficial de instrumentos.

- ¿Butz? ¡Informe!-Preguntó el capitán con cierto enojo.

-Escucho a cinco destructores, dos barreminas y cuatro corbetas-Replicó el operador de radar, que joven valiente. Se ve asustado también.

-No es una formación de combate, mi capitán-Musitó el teniente.

-Es más bien una escolta, para los barreminas-Agregó el ingeniero de navegación.

-Pueden estar monitoreando el lugar, saben que hacemos incursiones, ¿Por qué se arriesgarían? -Enhebró el oficial instrumentista, levemente excogitado.

-Quizá los ingleses son obstinados, no cederán mar ni tierra-Replicó el capitán.

-Son treinta millas náuticas, mi capitán. Contando ahora.

-Y roguemos a Dios todopoderoso que ese convoy no nos detecte. ¿A qué distancia esta el U-456?

-A 189 millas náuticas, señor-Respondió el operador de radar.

-Profundidad, ciento veinte metros-Agregó el teniente, su enfado también era notorio.

Pude notar el nerviosismo de todos los presentes. Sabía que estos combates eran comunes y tenían experiencia, pero atacar un convoy inglés es suicidio sin el apoyo de al menos otro submarino alemán. Las famosas jaurías de lobos, recuerdo la propaganda bélica del partido, exaltando a estos grandes hombres en estas inmensas bestias causando mucho daño al enemigo, cuando por fin lo miras desde otro ángulo, ya no se siente tan patriótico.

-Si iniciamos combate no tenemos respaldo-Murmuró el capitán Hans.

- ¿Evitaremos el combate? -Replicó el teniente.

-Maniobras evasivas, no atacaremos-Ordenó el capitán. Todos se miraban unos a otros, sabían que estaban entre la espada y la pared.

- ¡Capitán!

- ¿Qué sucede, Butz?

-Los destructores, detuvieron sus hélices...

Lucíamos espantados, el capitán tenía los ojos saltados y el resto de los presentes en la sala de operaciones con suma intriga, esperando por la respuesta de este joven chico, quien sudaba bastante y su voz... Un muchacho muy asustado.

- ¡Cambiaron su curso! ¡Nos detectaron!

- ¡Mierda! ¡Inmersión total! ¡A toda marcha!

-Inmersión y sentido a toda marcha, ¡Ahora! -Vociferó el teniente, siguiendo las órdenes del capitán Spillza.

- ¡Carajo! ¡Alisten torpedos!

-Alistando torpedos-Replicó un operador vía radio.

-Capitán, se acercan tres destructores a nuestra posición. Son veloces.

-Teniente necesito coordenadas de tiro.

-Enseguida mi capitán.

-Profundidad, ciento cincuenta metros ¡Zona batial alcanzada! -Gritó el ingeniero, quien ya se encontraba muy tenso.

- ¡Están sobre nosotros, mi capitán! -Agregó el marino Butz, vociferando su miedo latente.

-Maldita sea... Teniente denos velocidad a un buen punto de tiro.

-Enseguida, mi capitán. Aumenten velocidad, a discreción.

-Entendido, cuarenta nudos a viraje y punto de tiro.

-Teniente cuando estemos a distancia de tiro subiremos a profundidad de periscopio. Si disparamos y hundimos al maldito nos dejarán en paz y continuaremos con la misión.

-Capitán con todo respeto, nuestro objetivo es ganar la guerra...

-Tenemos una misión y nos enfrentamos a un convoy. Haga lo que le ordeno.

-Si, mi capitán. Coordenadas cincuenta grados tres cero siete cero. A toda marcha y a posición de tiro.

-A la orden, teniente-Replicaron vía radio, los operadores quienes por el tono de voz, había cierto coraje y miedo.

Un silencio atroz después del nerviosismo y luego vino lo peor. Nadie me hacía caso estando allí, era obvio que no lo hicieran, tenían asuntos más importantes que atender. De pronto, lo peor. Escuchamos estallidos a lo lejos, luego otro y uno más. Las explosiones eran consecutivas.

-Son cargas de profundidad, señorita Inga-Murmuró el operador de radio, el joven Butz. Me miró y sentí que me clavaba una estocada.

- ¿Señorita Inga?

-Si, capitán.

- ¡Sosténgase muy fuerte y lejos del fuselaje! ¡Esto puede doler!

De pronto, una explosión tan cerca y que nos movió a todos. El impacto de las cargas de profundidad golpeaba cerca del casco del submarino.

Un estallido más. ¡Esto es el maldito infierno! ¡Nos quieren hundir! Todos nos sujetábamos de lo que encontráramos. Había gritos en los otros compartimientos, las cosas se caían de su lugar, las paredes del submarino vibraban y crujían.

Otra explosión ¡Maldita sea! Me caí y me golpeé la cabeza con el suelo, el operador me toma de la mano y me levanta. Ambos volvemos a caer con la siguiente detonación. Procedimos a ponernos de pie otra vez, nuevamente el estallido de otra carga. Logramos sostenernos con unos tubos que sobresalían de una línea mecánica.

- ¿Cómo vamos con la maldita velocidad?

-Los estamos dejando atrás.

-Las cargas de profundidad ya golpean a un cuarto de milla de distancia.

-Excelente, teniente a profundidad de periscopio.

-A profundidad de periscopio. ¡Preparen torpedos!

Las cargas de profundidad dejaron de detonar cerca del casco del submarino. Regresé a mi camarote pero todavía se escuchaban a lo lejos. El operador Butz se colocó nuevamente los auriculares y comienza a informar lo que puede escuchar del convoy.

-Profundidad de cien metros, ascendiendo a profundidad de periscopio-Agregó el teniente.

-Aumentaron la velocidad, mi capitán-Voceó el operador de radar.

- ¡A toda puta velocidad carajo!

-Profundidad de periscopio alcanzada.

- ¡Subiendo periscopio! Coordenadas trazadas, mi capitán.

- ¡Desenclaven primer torpedo!

-Desenclavando primer torpedo, trazando coordenadas de tiro-Agregó el teniente, quien podía notarle su adrenalina corriendo por su cuerpo.

-El destructor está cambiando su curso, ¡Maniobra de evasión! -Gritó Butz.

-Maldición, ¿Cómo van esos torpedos?

- ¡Torpedos listos!

-Frecuencia de disparo a cincuenta y cinco grados, uno cuatro cero.

Un silencio atroz. Aguardando una orden espantosa que podría salvarnos. Como añoré estar en casa en esos momentos. Un infierno crudo y surreal en medio del océano.

-Capitán, tengo al objetivo en la mira.

- ¡Fuego! -Ordenó el capitán Spillza.

- ¡Lanzando torpedo! -Gritó vía radio el operador del compartimiento de torpedos.

Esperamos impacientes a escuchar una detonación. Nada. Un silencio muy atormentador.

- ¡Falló! -Gritó el operador Butz, quien sosteniendo su mano derecha en los auriculares deseaba tener la mejor respuesta.

- ¡Maldita sea! ¡Preparen segundo torpedo!

- ¡Preparando segundo torpedo!

De pronto unas detonaciones alcanzaban el casco del submarino. No lo podíamos creer, el capitán tenía los ojos saltados otra vez. Tratando de comprender que sucedía.

- ¡Nos disparan! -Gritó el operador Butz- ¡Cañones de la cubierta! -Respondió raudo y atemorizado.

Otra vez las detonaciones arruinaban nuestra posición. Un par de explosiones más. Tuve que sostenerme de lo que encontrara, los operadores cayeron de las sillas y raudamente volvieron a sus asientos para operar el panel. Hice lo mismo y luego, otras detonaciones de esos cañones. ¡Estamos en la mira de ese destructor! ¡Jamás había visto tanta determinación de la marina inglesa! ¡Hagan algo! Gritaba en mi mente, no podía opinar ni aconsejar en este aletargado submarino.

-Nuevas coordenadas, cincuenta y cinco grados, tres cuatro cero, ocho cero-Sugirió el teniente, quien miraba por el periscopio.

- ¡Segundo torpedo listo!

- ¡Tengo en la mira!

- ¡Fuego! -Ordenó el capitán.

- ¡Lanzando torpedo! -Gritó el operador...


Los Nazis También Lloran

Una novela histórica cuyos protagonistas realizaron infames hazañas, donde la urgencia por ganar la guerra, los orilló a socavar sus más oscuros deseos y sacar a relucir insólitos sentimientos en aras del desarrollo de su nación.

Un libro crudo, soberbio y triste que narra la participación nazi en Francia, México, Egipto y Argentina.

Protagonistas: August Ratzinger, Georg Nicolau, Hilda Krüger, Chantry Mumkala, Otto Gunder, Inga Möncke, Hortencia Llano, Fernando Laredo, etc.

Lanzamiento programado para Septiembre del 2020.

© 2019 Gerardo Villalobos Aguilar. Todos los derechos reservados.
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