Primer Adelanto de mi Próximo Libro: El Alfil de Casillas Negras

SINOPSIS:
Ciudad de México, año 2030. En un universo paralelo, México es una potencia mundial, pero también una Monarquía que pende de un hilo. El Rey Maximiliano Rentería, junto a su bella Dama Anastasia Guardiola, decreta el estado de guerra contra las Repúblicas Latinas Centroamericanas, debido a las constantes oleadas de ataques en la frontera con Chiapas, sin mencionar que la propia corona sufre una caída bélica por la guerra civil Oaxaqueña.
Dos frentes de batalla que ponen en duda el liderazgo de la realeza mexiquense y aún así se proclaman victoriosos, asegurando que podrán arrebatar mayores tierras hacia el sur, mientras castigan a las huestes istmeñas sin compasión.
No obstante; un hombre misterioso y de doble moral aparece en escena, entrometiéndose en asuntos del gobierno, acercándose a la familia real, mermando las alianzas entre Oaxaca y la RLC, apostando su vida y sacrificando posiciones para llegar al final del juego, donde sorpresivamente estará respaldado por una pieza faltante en el tablero.
PRIMER ADELANTO:
El tipo encapuchado ingresó sin atisbar a nadie a su alrededor. Los sujetos como él siempre son bienvenidos, pero despiertan curiosidad entre los comensales. En especial cuando los rudos de la cuadra echan columbra acerca de su identidad, como es rutina más que costumbre, el barrio siempre quiere cuidar de sí mismo.
-Buenas noches, ¿Puedo ofrecerle un poco de café mientras le echa un vistazo al menú? -Ofrecí muy gentil, tan grata que los clientes puedan sentirse a gusto.
- ¡Por supuesto! Me vendría bien, gracias-Replicó altisonante, pero mantuvo la cordura sin despegar la mirada que atravesaba el ventanal a su lado.
-Claro, en un momento le dispongo su orden.
Acudí con mi padre y le pedí unas trazas de pan caliente para el cliente recién llegado. Insistió en que lo apurara a degustar para que tan pronto pagase, nadie lo molestara con cuestionamientos sobre su apariencia. La preocupación de mi papá era evidente, había algunos amigos de él en la barra pimplando añejos brebajes, pero tenían la reputación de ser señaladores. Solo basta el consejo de un acusador para que la policía te hurgue hasta en los talones rebuscando algo ilegal en ti.
La apariencia y las vestiduras eran estrictamente reguladas, algunas marcas de excelente tendencia estaban prohibidas para el estatuto social bajo, solo el quórum real y rico podía expresar su identidad con los indumentos de gran talla y porte, por decirlo menos ante el último grito de la moda.
Hace un par de semanas atrás se lanzó un decreto de la corona, en el cual los hombres tenían prohibido portar capuchas durante las noches, la prohibición era una sugerencia a voces que todos consideraban, pero voluntariamente retar a la corona siempre es una virtud que nos caracteriza. Incluso los señaladores evadían las órdenes reales, pero claro que entre amigos y el vecindario, el pueblo se respaldaba a sí mismo entre susurros y paredes.
Los decretos iban desde absurdos hasta los más estrictos; por ejemplo, los hombres tenían prohibido tener barba a menos que se dedicaran a algún oficio clerical, pero el bigote estaba permitido; las mujeres, no podíamos conducir vehículos hasta cumplir los 25 años de edad, pero eran delitos de carácter menor que se pagaban con cauciones que rondaban entre los cinco mil y diez mil pesos. Una vida repleta de libertades, nuestra moneda se impone gloriosa en el mercado mundial, pero también las rebeliones son el pan nuestro de cada día.
Volviendo al caso del hombre misterioso, quien sentado frente al ventanal que da contiguo al estacionamiento del restaurante de mi padre, no miraba a otro lado, simplemente callado y calmo. Este no fue el caso ni siquiera una excepción, nadie conocía al sujeto ni mucho menos yo. Parecía que no era de por aquí, su semblante y acento me sugería que quizá proviene del sur. Los estados sureños gozan de ser fríos y tercos ante las leyes reales. Evidentemente el estado de Oaxaca sigue insistiendo en montar una revolución para tirar abajo nuestra idolatrada monarquía, Chiapas parece unirse a la causa. Sin mencionar claro que las Repúblicas Latinas nos amenazan constantemente.
- ¿Eligió algo de su agrado? -Pregunté mientras colocaba la pequeña cesta de pan caliente, con la jarra rellenaba su taza y el tipo ni siquiera volqueaba a verme, no es obligatorio hacerlo. La mayoría de los clientes sonríen cuando hago esto, pero este tipo en particular no. Eso evidentemente es extraño.
-Una cena de huevos estaría bien-Respondió sutil, pero muy serio. ¿Quién es este sujeto? Me aterra su conducta.
- ¿Alguna especialidad? -Cuestioné ante su simplicidad.
-A la mexicana, como es costumbre.
-Claro, de inmediato.
Procedí a la cocina y le coloqué la nota tendida a la cocinera, el único comensal que pide algo decente a estas horas de la noche en plena noctámbula de fin de semana. Un viernes muy ajetreado pero a la vez tan calmo.
Auscultamos las sirenas policiacas, ingresaron al menos treinta agentes de la policía al local de frente, sacaron al dueño a patadas y lo tundieron sin importarles sus derechos. La madre del pobre señor vociferaba exigiendo buen trato y clemencia, una escena melodramática y burda, otro pan nuestro de cada día.
-Hugo se lo buscó, ¡Juh! -Replicó Leonardo, un amigo de papá que volqueó a ver la situación, para luego darse vuelta y seguir bebiendo alcohol hasta saciarse.
- ¿Qué sucedió? -Musité sutilmente, papá me remiró desconcertado, obviando el hecho que estaba cuestionando mi curiosidad.
-Descuida, Elena. Se lo merecía, financiaba una red de espías yucatecos en la zona-Respondió sin remordimiento, que tan negra tiene su conciencia para replicar de esa manera, por algo es señalador.
-Se lo llevan en la patrulla, ¿qué sucederá con él?
- ¡Elena! Basta ya-Afirmó tajante mi padre, quien no quería indagar al respecto, si me preguntan creo que era lo mejor.
-Sin cuidado, mi amigo. Como te decía, Elena. Se lo merecía,
si corre con suerte lo encerrarán diez años. De lo contrario, morirá fusilado.
- ¡Dios mío! - Repliqué llevando mis manos a la boca, una condena muy dura.
-Sí, los traidores no gozan de mucha piedad, el inspector en jefe es un déspota-Murmulló dócilmente, sin despegar su columbra del hombre encapuchado. El señalador estaba prestando atención al hombre misterioso, eso me alertó un poco.
Escuché el timbre de la cocinera, los huevos estaban listos y me apresuré a servirlos. Tan pronto dispuse la charola con el platillo y los condimentos, coloqué todo en su mesa. El buen hombre dijo en voz baja una oración que hasta el día de hoy me asusta.
-Muchas gracias, Elena. Mañana sal de la ciudad, ve a un lugar seguro. Retírate sin levantar expresiones de sorpresa, por tu bien-Musitó levemente, quedé aterrada. Me estaba advirtiendo sobre algo que ni siquiera en ese tris sabía que significaba.
Me retiré de su mesa como si nada y justo al caminar algunos pasos hacia la barra, papá había cambiado su semblante de feliz a preocupado en un santiamén, no paraba de mirar a la triste Doña Conchita, madre de Hugo, el hombre al que los policías se llevaron.
© Derechos Reservados por Gerardo Villalobos Aguilar.
El Alfil de Casillas Negras
ISBN: 9798594317437 (Edición Impresa)
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