Extracto de mi libro Día de Muertos Entrevista con La Llorona

21.11.2025


Del capítulo: Entre Ceibas y Brujas.

Unos artesanos daban los toques finales al atuendo inverosímil de quien por ayeres ha mermado mi raciocinio, cuando tuve la primicia de entrevistarla, sé que suelo recalcarlo, pero admito que ese día mi vida cambió. Sigo escuchando la rimbombante melodía triste, pero los garbinos parecen llevársela hacia dentro de la parroquia. Volqueé otra vez, una fuerza invisible parece arrastrarme de vuelta, hice lo propio serenamente y con la boca ligeramente abierta, denotando mi indocta conducta sobre lo que estaba sucediendo.

Hay unas escaleras, la armonía se intensifica, hay un letrero que prohíbe el acceso a personas no autorizadas, pero esa fuerza extraña me invita a desobedecer. Lo hago sin hesitarlo tanto; continúo subiendo y para mi asombro, hay una antesala con una mujer de aproximadamente treinta años, la cancela está abierta y estoy impresionado porque encontré a la talentosa chelista que nos exclamaba, mediante sones, sus grandiosas cadencias filarmónicas.

La melómana viste un atuendo ornamentado en piedras blancas que relucen las mechas de su blusón rasgado intencionalmente; usa un pantalón de mezclilla entubado, se acapara de un poncho negro y con líneas grisáceas estilizado con tintes prehispánicos, así como una diadema añilada que resalta sus ojos azules y deja caer sus hebras rubias por detrás de su espalda, botas negras de cuero y ligeramente deterioradas. Su expresión facial es atemorizante; tez blanca y uñas tintadas en zarco refulgente, sus manos remembran a las de Huehuecóyotl, el dios de la música, cuando sus dedos mueven sutilmente el diapasón en coordinación con su arco.

Ella observa, casi sin parpadear, sus partituras y sostiene gallarda y efímeramente su violonchelo, quedé petrificado por tan dulce melodía, juro por el paráclito que nunca había tenido la dicha de auscultar semejante pieza orquestal. Volqueó hacia mí, pero sin dejar de tocar, me ojea con esos luceros negros irradiantes de candor, hasta supuse que fue ella quien, con su fuerza magistral, me trajo hasta allí. Volvió sus fanales a las partituras, me recargué en el marco de la puerta, la cual está corroída y sus bisagras oxidadas a punto de caer, me hizo pensar que el lugar no ha recibido el mantenimiento que se merece.

La ausculté por otros dos minutos más, pero el deber llama. Debía regresar al ala izquierda y aguardar por Griselda, quien seguro ya debe estar esperando por mí. No compartí charla con la musicóloga, tampoco ella hizo lo propio; sin embargo, levanté la ojeada una vez más mientras me retiraba, ella desvía sus ocelos hacia mí, me sonríe lisonjeramente y luego centra su columbra en la obra donde la tesitura atiborra al ambiente senescente, de tal música celestial.

Regresé a donde los peldaños de la escalera crujían cuando te postrabas sobre ellos, hasta pensé en lo divertido que sería hacerlo durante la noche, si es que alguien se mantuviera aquí por cuestiones laborales. Escuché una discusión de bajo tono, fruncí el ceño, la puerta seguía entreabierta y parte de las voces que allí discutían, se escapaban impetuosas incitando al chisme que no debía importar, plagiado de infortunios que no son de mi incumbencia.

La melodía era embriagante, una fuerza invisible otra vez hacía de las suyas, miré hacia el segundo piso, por donde la armonía de la chelista se jactaba con suma sindéresis ante los religiosos. Bajé la mirada y con una sonrisa, me acerqué a escuchar detenidamente, como un infiltrado que no quiere ser atrapado.

—¡No debiste traerlo! No era necesario que sepa todo eso, le hubieran dado lo que ya se filtró en las redes—Exclamaba una voz masculina, no podía ver quién era el dueño de semejante reclamo, a través de la hendidura podía columbrar la silueta de Griselda.

—Lo necesitamos y lo sabes, es el mejor del país, tiene reputación y es el único que puede sacar un mejor provecho de esto—Dijo Grizzy—Además, no veo por qué no hacerlo, la administración mandó a llamarlo, la revista que representa no dudó en aceptar nuestra propuesta—Añadió con ligera inquietud.

—Sigo pensando que es una pésima idea, nosotros podíamos manejarlo, siempre lo hemos hecho—Dijo el gallardo desconocido.

—Los tiempos han cambiado, Lorenzo—Arremetió Grizzy, delatando el nombre de quien discute, ¿Será el párroco, quizá? —Necesito la llave, ¡Ya dámela! —Imprecó Grizzy, alzando el tono de su lexía.

Un chirrido acompañado de un crujido en la madera a mis espaldas, Grizzy y Lorenzo se callaron y se escucharon unos pasos acercándose a la puerta, tan sigiloso me devolví hacia las butacas sopesando mi postura como si nada hubiera pasado. Griselda, sonriente como es su costumbre, salió de la oficina del curato y me observa guiñándome. Hizo un ademán que aludía a que ya pronto nos iríamos, hice lo propio, le aseguré que se tome su tiempo, regresó y esta vez escuché como se cerró la puerta de un trancazo...


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